―Perdóname hijo. Ya no puedo seguir así. Hoy la vi otra vez. Ya pasaron dos años pero no la puedo olvidar.
―Tranquila mamá, el psiquiatra dijo que era normal. ¿Dónde estás? Voy para ahí.
―Ya no importa. Hoy la vi, Mari mi hijita, era un maniquí en la tienda…Perdóname― el teléfono cae y se escucha un disparo.
Al otro lado de la ciudad un viejo agoniza.
―Ya llega mi hora pero no quiero irme sin contar mi secreto. Nuestra empresa es tan popular por los maniquís, atraen a la gente. ¿Sabe cuál es el secreto?
―Que los hace usted mismo señor.
―Cierto, pero una vez estuvieron vivos, eran personas. No me van a entender y van tratarme de inmundicia pero yo los embalsamé. Ese es el secreto. Podría ser un hermano, una madre o una hija.